DESPEDIDA SOLITARIA

Comparto con ustedes las dos últimas historias que escribí. Ambas las envié a concursos literarios pero me fue mal. Sigo siendo una aprendiz de escritora...

Espero las lean y me cuenten sus impresiones.


Todo parecía un paisaje natural y humano perfecto. O casi perfecto. El mar se movía vigorosamente, las olas iban y venían con su espuma cremosa, construyendo pequeños cercos de agua que se derrumbaban y morían al llegar a la playa. Algunas embarcaciones de pescadores artesanales surcaban sus caminos, sin alejarse demasiado de la caleta, donde cada cual tenía su espacio asignado como un perfecto molo de atraque. El sol brillaba en todo su esplendor, acariciando las pieles de los bañistas y de los transeúntes que caminaban por la costanera. Las gaviotas y otras aves menores, revoloteaban en busca de algún pez desprevenido. Unos artesanos jóvenes de cabellos largos, confeccionaban collares y pulseras en el mismo lugar que también las ofrecían en venta a los veraneantes.

Es la pequeña caleta Horcón- ubicada al norte de la Región de Valparaíso- cuyo sino es y ha sido por décadas, lugar de encuentro y habitación de grupos de hippies, que llegan y se van, conviviendo con pescadores y sus familias. Algunos se quedaron definitivamente en este tranquilo y apacible lugar costero; no es raro observar hoy en día a hombres y mujeres cincuentones, vestidos a la usanza hippie, con sus cabellos largos y canosos, pero manteniendo las costumbres que los caracterizaron en la década de los sesenta.

El verano de 1972, aún esta caleta era un lugar más bien silencioso, especial para descansar y olvidar el ruido, la aceleración y la agitación de las grandes ciudades. Todavía había muchas viviendas que usaban lámparas de gas; la luz eléctrica era un lujo de algunos sectores de Horcón.

Pensando precisamente en el merecido descanso, luego de un año de trabajo extenuante que incluyó no sólo los días laborales sino que muchos fines de semana, Raúl eligió este pueblo para permanecer durante una semana de vacaciones. Él es un hombre que adora el mar y es capaz de pasar tardes enteras gozando del sol y las olas; sin duda Horcón era en ese momento, el mejor lugar para recuperar energías.

Con algunos días de anticipación, había reservado su hospedaje en una residencial que le habían recomendado. -Es un lugar muy agradable donde podrás descansar a tus anchas y recuperarte de ese cansancio agobiante de un año de trabajo- le dijeron-.

Se trataba de una casa familiar de un piso, ubicada frente a la costanera, donde reciben a los viajeros y turistas que pasan por esta caleta de pescadores, famosa además por la extracción de mariscos y moluscos, especialmente de ése que tiene nombre poco cuerdo, pero delicioso: el loco. Mirada desde el frente, la residencial se presenta acogedora, pulcramente pintada de color blanco, mostrando a través de las ventanas que dan hacia la playa, el comedor con seis o siete mesas, dispuestas para cuatro personas cada una. Dos empleadas servían las comidas, y aseaban las habitaciones y lugares comunes de la residencial.

La puerta de entrada, sin mayor ostentación- como la de una casa particular- tenía un letrero que anunciaba su giro, residencial; el que se singularizaba por el apellido de su dueño: Aravena. Precisamente, para hacer más familiar la atención a los pasajeros, la administración era rigurosamente llevada por las hijas del dueño. Dos chicas muy amables y diligentes, que estaban atentas a cualquier requerimiento de sus huéspedes. Con interés y gentileza solucionaban los problemas y facilitaban el descanso de quienes concurrían al lugar. Al costado izquierdo de la casa, se observa una construcción separada de la principal, donde estaban las habitaciones, cuatro por cada lado.

En ese verano Raúl arriba a Horcón, alojándose sin contratiempos en esta residencial, en la que inmediatamente se sintió muy a gusto, tal y como se lo habían anticipado. En su primera noche, luego de cenar sus platos favoritos- locos con mayonesa y luego un caldillo de congrio- se dirigió a su habitación, identificada con el Nº4, dispuesto a dormir y descansar relajadamente para levantarse muy temprano por la mañana, bajar a la playa y conversar con los pescadores. Raúl se caracteriza por entablar rápidamente diálogos con personas lugareñas dondequiera que vaya; su sociabilidad está muy desarrollada y lo ha acompañado hasta el día de hoy.

Abrió la puerta de su habitación e ingresó feliz, a la que sería por una semana, su morada. Tomó su maleta, la abrió y comenzó a desempacar lenta y ordenadamente. Acomoda su ropa en el closet, se pone su pijama y echa hacia atrás las ropas de la cama para acostarse, sin antes sacarse los lentes y el reloj. Al abrir el velador para guardarlos, encuentra en su interior un pequeño papel de esquinas redondeadas; su ojo de buen mecánico se fija en el tamaño: mide aproximadamente diez por siete centímetros. En el anverso, arriba a la izquierda, muestra un logotipo de una conocida industria internacional, BASF.

- ¡Vaya!, seguro que el pasajero que ocupó antes que yo esta pieza, es un vendedor viajero o un representante de esta empresa y dejó sus apuntes olvidados- pensó-. Veré de qué se trata. Leyó rápida y transversalmente, sin mayor detención. La minúscula letra escrita en rojo sumada a la escasa luz de la habitación, hacían difícil leer fluidamente. Raúl no comprendió del todo lo que realmente se estaba comunicando o intentando comunicar; varias palabras, demasiadas, no las pudo descifrar por el tamaño tan pequeño en que fueron escritas. - Parece más bien una carta o proyecto de carta o ¿será una fantasía? ¿Quién escribiría una carta en un papel tan pequeño? Y ¡con lápiz rojo! Es indudable que son ideas nada más, para luego escribir una carta formal…Dejó la hoja de papel sobre el velador.

Se dirigió al baño, se lavó y saboreó el agua de la llave ¡Qué distinta es! Ésta no tiene cloro ni productos químicos como la de Santiago.

Su mente volvió a la motivación principal; sus días de asueto. El centro de interés era desconectarse completamente de sus intensas obligaciones laborales, de modo que la lectura de un texto con diminutas grafías y sin mucho sentido, no le quitarían el sueño; sin embargo, algo hizo que quisiera conservarlo. Entonces lo depositó dentro del libro que había escogido para leer durante su veraniego descanso. - Podré utilizarlo como marcador para no perder la página en la que detenga mi lectura-. El papel quedó olvidado, y ya no lo recordó más.

Al día siguiente, tal como lo había planeado, muy temprano, luego de un reponedor desayuno, bajó a la playa. Caminó directamente al lugar de la caleta donde estaban las embarcaciones. A los pocos minutos entabló conversación con algunos de los pescadores que regresaban con su preciada mercadería. Aprovechó de saborear algunos mariscos frescos, mientras compartía con estos lugareños esforzados y amigables, especialmente con el que parecía el mayor de todos, un viejo pescador de cabellos canos y piel curtida por el sol y el agua salada. Raúl con sus jóvenes 25 años, disfrutaba de las charlas que sostenía con la gente mayor, de modo que las buscaba e incluso las prefería a las que podía sostener con los de su edad.

Ese mismo verano dos semanas antes del período en que Raúl estuvo de paso, también llegó hasta Horcón la joven y solitaria Noelia, un domingo muy temprano proveniente de la capital, junto a otros visitantes que eligieron la mítica caleta como lugar de descanso. Recorrió la calle principal en busca de un alojamiento, que se adaptara más a sus posibilidades económicas que a sus expectativas sobre los servicios que pudiese ofrecer. Pronto encontró el lugar adecuado: Residencial Aravena. Se registró, para luego dirigirse a dejar su equipaje en la amplia y soleada habitación que le había sido asignada, la Nº4, saliendo inmediatamente hacia la calle rumbo a la playa, destino tan esperado y añorado en sus pensamientos.

Por las arenas tibias y amarillas camina lenta, solitaria y silenciosa. Noelia es una joven de mediana estatura, más bien baja, delgada, de piel blanca, muy blanca y pálida; cabellos oscuros, largos y lisos; facciones muy finas y delicadas. Lleva un vestido largo que le llega hasta los tobillos, amplio, liviano, de tela hindú, en varias tonalidades desde el fucsia al rosa pálido; sobre su vestido usa un polerón blanco con capota. A pesar del día radiante y caluroso, ella parece sentir frío, constantemente cruza sus brazos cruzando su polerón sobre el pecho para abrigarse; sin embargo, camina descalza, con las sandalias en la mano.

Noelia transita pausadamente por esta playa semicircular, rodeada de roqueríos, con dos entradas prominentes hacia el mar. Su mirada se pierde frecuentemente en el horizonte, parece que ni siquiera percibe la pequeña isla ubicada frente a la caleta con una imagen de San José, patrono de los pescadores, orgullo de Horcón. De vez en cuando, baja la vista y con sus pies, juega descuidadamente con la arena y luego continúa su lento caminar sin un rumbo definido; sólo avanza por la orilla de la playa mirando sus pies cada vez que una ola los baña, sintiendo ese frío intenso de las aguas del Pacífico sur, ése que cala fuertemente hasta los huesos. Sus pies están rojos y helados, casi no percibe la circulación, pero nada la detiene. Continúa su andar hasta que se termina la playa o al menos ya no se puede seguir la marcha con facilidad. Se devuelve unos cuantos metros hasta ubicar un lugar seco donde no llegan las olas, apreciando la tibieza de la arena se sienta con las rodillas entre sus manos y los pies cruzados y descalzos. Apoya la barbilla en las rodillas y continúa mirando ese horizonte que lo percibe a veces tan lejano, otras, tan cercano.

Sus ojos color canela están opacos, inexpresivos, ausentes… sus pensamientos no se detienen, fluyen cual torbellino de ideas una encima de la otra, desesperadas, perturbadas, inaccesibles, sin destino… Intenta ordenarlas expresándolas en un murmullo, de modo que sólo ella pueda escucharlas: -Quisiera nadar sin detenerme, sin cansancio, sin pausa; sólo nadar; nadar, flotar y volver a nadar, hasta tocar con mis manos el horizonte… ¡hasta ese fin del mundo!... hasta esos lugares desconocidos y lejanos que jamás vi y que jamás veré. Si lo hago despacio sin sentir miedo, podría lograrlo, podría alejarme de éste, mi mundo, ¡ahora! y no seguir en esta espera que me aterra, que me paraliza, que no me permite hacer nada de lo que quisiera, de lo que me gustaría o de lo que pudiera hacer. Esta espera que no me deja mover, no me permite comunicar a otros esta situación que me tiene en estado de muerta en vida…

- Las esperas no son buenas, lo sabemos. Por eso debe ser que me parece tan larga en ocasiones y en otras pareciera que el final está peligrosa y aterradoramente cerca. Por las mañanas cuando me despierto, dejo pasar unos minutos antes de abrir los ojos, antes de respirar, antes de hacer el más mínimo movimiento… me da miedo que al hacerlo, me encuentre en otro lugar, desconocido y misterioso. Temo haber dado el paso hacia la eternidad sin percibirlo. Quiero darme cuenta cuando ello ocurra; quiero saber exactamente qué sucede, qué se siente cuando el alma se escapa del cuerpo y emprende su viaje sin retorno. Aunque algunos dicen que la muerte es un estado maravilloso: te inunda un rayo de luz que te atrae irremediablemente cual imán, que no puedes evitarlo y vas tras de él por un túnel que te lleva desde este mundo al otro, sin dolor, sin angustia, sin voluntad.

El viento desordena su largo cabello, que vuela y vuelve suavemente sobre su rostro y sus hombros; pero ella no se inmuta. - ¡Necesito comunicarme con alguien!, expresar lo que me pasa, lograr un descanso, sacarme esta sensación de ahogo y penuria, de asfixia que no me deja de día ni de noche. Pero no quiero entristecer a los míos ni escuchar más lamentos… ¡qué contradicción!

Tal vez, si escribo mis sentimientos, mis proyectos… ¿proyectos? ¿Quién puede hacerlos si está condenado a una muerte segura y pronta? …Y ya me cansé de esos consejos tan poco atinados: Consulta otra opinión, conozco a un médico muy talentoso, si vas, es probable que… Ante lo cual me digo: ¿otra opinión? ¡Si ya está!, los exámenes clínicos no mienten, mi cuerpo no miente. Y si la “otra opinión” dice todo lo contrario, ¿a quién deberé creerle? Entonces tendría que ir por… ¿una segunda “otra opinión”?

- Me gustaría hablar con alguien que se encuentre transitando por una situación similar a la mía ¿Todos tendremos las mismas sensaciones? O ¿soy yo la egocéntrica que piensa que es la única persona del planeta que pasa por este calvario?

El sol comenzó a descender lentamente sobre el mar. Noelia sintió más frío y un poco de hambre. Ya había pasado gran parte de día sin casi percibirlo.

Decidió, entonces, volver a su hospedaje. Las habitaciones eran acogedoras, bien pintadas y limpias. Con dos camas en cada una, un closet y ventanas desde las que se podría ver el mar o el cerro según la orientación en que estaban.

Se dirigió al baño, tomó una larga ducha de agua tibia casi caliente, que le permitió sentirse aliviada de esa sensación de frío que la había acompañado por casi todo el día. Luego se vistió con ropas abrigadas pero livianas, ordenó su habitación y se dirigió al comedor. En él habían tres mesas ocupadas: la primera con una familia de 5 personas, la segunda con una pareja de jóvenes enamorados y la tercera con una mujer sola de unos 50 años que miraba de vez en cuando por la ventana mientras cenaba con tranquilidad, disfrutando de su menú costero. Noelia escogió una mesa cerca de la mujer solitaria y de una ventana, para continuar mirando hacia al mar; ahora se veía oscuro, sólo iluminado pálidamente por una luna naciente. Cenó escasamente aunque con mucha calma y luego regresó caminando decididamente hacia su a su habitación.

Buscó lápiz y papel. Escribiría sus sentimientos y pensamientos; quería desterrarlos de su mente esa misma noche. En su cartera, sólo llevaba un lápiz de pasta rojo. No encontró cuaderno ni libreta, buscó en el velador y únicamente halló un pequeño trozo de papel- de unos diez por siete centímetros, con un logotipo de BASF- olvidado en el fondo del cajón. Es muy pequeño- pensó-. Pero no había más. De modo que decidió que debía maximizar su uso. Comenzó escribiendo con letra muy pequeña, la que conservó durante todo su escrito, cuidando cada milímetro de su papel; sin embargo a pesar de la escasez, logró plasmar en palabras, su estado, sentimientos y situación.

Al concluir su mensaje, sintió un inmenso alivio; suspiró, tomó aire y luego lo expulsó muy lentamente. Había logrado su objetivo. Parecía que ese peso grande que cargaba sobre sus hombros, que esa congoja de su corazón, se habían esfumado al igual que las olas del mar en la noche, cuando llegan a la playa. Noelia sonrió, por primera vez en días… se introdujo lentamente en la cama, se acurrucó placenteramente en las albas sábanas y muy pronto dormía- como no lo había hecho en semanas- serena, tranquila, relajada, feliz.

Muchos años más tarde, unos 35 o más, Raúl quiso releer ese libro que había sido su compañía en aquellas lejanas y olvidadas vacaciones de verano en Horcón. Ya había pasado toda una vida con trabajo y descanso, ilusiones y desesperanzas, alegrías y tristezas, como suelen ser las vidas de las personas. Llevó su libro a su nuevo lugar favorito. Esta vez, una casa de campo donde suele refugiarse del mundanal ruido, de los problemas de la ciudad y soñar con los años dorados que se apresta a vivir. Fue ahí, donde se reencontró con el olvidado mensaje de Noelia.

Se asombró al verlo dentro de su libro, recordando inmediatamente el lugar y circunstancias en las que había tenido su primer contacto con este escrito. La singular carta está escrita con lápiz de pasta rojo. Debe ser pasta, para durar tantos años, la tinta se va y se destiñe, como las falsas promesas- pensó Raúl-. La letra se aprecia firme y esmerada, aunque por su tamaño tan reducido, en ocasiones es casi imposible de comprender.

Intentó releerlo, pero sólo podía descifrar algunas palabras; la letra verdaderamente es minúscula. Decidió entonces adquirir una lupa para ayudarse y leer exactamente cada vocablo del mensaje. Ahora, con la sabiduría y calma que sólo dan los años, no tenía prisa y se interesó por descifrarlo, con paciencia y esmero. Logró leerlo completamente; entonces, lo hizo una y otra vez.

Noelia había escrito por ambos lados, ocupando cuidadosamente cada espacio de la pequeña hoja, la única que disponía para expresar sus sentimientos y emociones.

Comenzó usando el vocativo “para quien lo lea” que subrayó con una línea ondulada, como una forma de llamar la atención de su desconocido destinatario, que sin proponérselo, sería el lector de esta confesión. Así como también sin proponérselo Raúl se transformó en el receptor de la misiva, sólo que tardó varias décadas en ponerle atención y procesar el mensaje.

Noelia no sabía, no podía tener la certeza si su carta sería leída por un hombre o una mujer; entonces intentó dirigirse a ambos; sin embargo los sentimientos la traicionaron, culminando con un escrito dirigido a múltiples destinatarios; así, este vocativo “para quien la lea” comienza con un cordial “amigo o amiga”, continúa llamando “ustedes” y finalmente concluye escribiendo sólo “amiga”. Definitivamente su instinto necesitaba sobre cualquier otro receptor de su mensaje a una amiga; una mujer como ella, que pudiese conocer sus íntimos y femeninos sentimientos, teniendo la empatía para comprender la mayor frustración que en esos momentos la agobiaba: no concretar su máxima expresión, la maternidad.

La carta decía así:

“Amigo o amiga, he ocupado el mismo lugar que ustedes pero a quien fuera que sea que esté de nuevo aquí, quiero decirle que he venido a pasar mis últimos días a esta linda caleta. Digo últimos, ya que sólo me quedan 3 meses de vida, a lo más. Sufro de leucemia desde hace muchos años, pero sólo hace poco me la han descubierto aún cuando soy muy joven, tengo 23 años, me he recibido de asistente social, tengo mis padres que son un tesoro, mi novio con quien me casaba a fin de año, Dios ha decidido que mi lugar está junto a él. Sé que ya no tengo ninguna esperanza de alargar mi vida, pero mi familia me llevará a los Estados Unidos (sigue la escritura al reverso de la página) para ver si me pueden alargar más días. Pero sé que no será así. La vida es muy linda, amiga, vívela, disfrútala, si estás casada, o lo vas a hacer ten muchos niños como yo hubiese querido tener, cada vez que veo un pequeño, sufro enormemente pensando que ya jamás veré crecer esos pedacitos de carne junto a mí. Ellos son la felicidad de un matrimonio. Escribir estas líneas me hace un gran bien, ya que no puedo decirle a nadie de los que me rodean nada, pues sé que sufrirían más. Perdóname si te he causado pena, porque sé que risa no, pero he querido hacerlo; tampoco es una burla, creo que con esto no se juega. Ruega a quien tú debes devoción para que pueda vivir unos años más, no pido muchos, sólo uno o dos más, eso es lo que pido. Gracias y que sea feliz.”

El escrito no tenía firma.

Luego de releer ayudado por la lupa unas cuantas veces, Raúl levantó la vista, se quitó los lentes y miró por la ventana que da hacia la terraza por la que podía apreciar los verdes y sinuosos cerros del campo. Pensativo, recordó entonces la conversación que tuvo aquel lejano verano en la caleta de Horcón, durante esas vacaciones, con el viejo pescador. Le pareció incluso escuchar su voz ronca, su habla lenta, sin prisas. Ahora ese diálogo atesoraba un sentido especial; los datos que el viejo pescador había señalado cobraban vida en esta antigua carta que él había guardado en su libro por tantos años. Entrecerró los ojos y con una claridad asombrosa- como si no hubiese pasado tanto tiempo- rememoró cada palabra... cada frase... cada silencio:

-¿Usted es de Santiago?- le preguntó el pescador. - Así es- respondió Raúl. He venido a pasar unos días de descanso.
- Muchas personas vienen por estos lados, al igual que usted, sólo quieren descansar, parece que trabajan mucho pero sobre todo, se cansan demasiado… Nunca he estado en Santiago y me gustaría ir algún día. Es la capital… como todo chileno debería conocerla.

- Tiene razón, hay que conocer la ciudad. En realidad es una bonita ciudad, grande, iluminada, con varias comunas, barrios y plazas. Muchas industrias también, especialmente en las afueras, cerca del aeropuerto de Cerrillos. A mí me agrada; pero cuando estoy muy cansado, prefiero salir, alejarme y venir a la costa, me gusta este aire marino, frío y penetrante, puro… Me gusta escuchar la naturaleza: el sonido del mar, de la brisa el graznido de las aves. Siento una tranquilidad y armonía que me hacen recobrar energías. En cambió allá casi no se puede tener sosiego, se ha perdido mucho de eso.

- He escuchado a otros santiaguinos decir palabras parecidas, pero no puedo comparar… Y ¿dónde está alojado?- dijo el viejo pescador- En aquella Residencial, la blanca- indicó Raúl.
- Ah, donde los Aravena. Buena gente… Ahí murió la semana pasada, el día 4 de febrero, la Srta. Noelia.

Raúl se sorprendió con el inesperado comentario. -Lo siento, ¿ella era de acá?-
- No, la Srta. Noelia venía cada verano por estos lados con su familia. Pero este año vino sola. Estaría sólo unos cuantos días, según supimos. Pero al día siguiente de su llegada, en la mañana, la encontraron muerta en la habitación.-
- ¡Qué triste! ¿Qué le pasó? ¿Fue un accidente?-
- No, no fue accidente; fue el destino. Ella estaba muy enferma, desahuciada. Dicen que se quedó en el sueño, tranquila, esbozando una sonrisa… Que descanse en paz- dijo el viejo- persignándose respetuosamente. Instintivamente también Raúl hizo la señal de la cruz. Para allá iremos todos- concluyó el pescador encogiéndose de hombros, haciendo un gesto afirmativo con su cabeza. - Nadie se va en la víspera… ni después. ¿No cree? -

- No lo sé- respondió Raúl- pero recuerdo que mi abuelo también afirmaba eso mismo: nadie se va en la víspera. Es como que el destino de cada cual estuviese escrito y no podemos variarlo. Es una idea un poco fatalista… No sé si será correcta. Forma parte de las incógnitas que aún no podemos descifrar acerca de la vida humana…

Se produjo un silencio, un largo silencio. Ambos hombres permanecieron en una actitud de reflexión, cada cual con sus propios pensamientos. El pescador probablemente recordando a la joven Noelia y Raúl, tal vez, a su abuelo. Ambos, muertos.

El viejo fue el primero en regresar de ese mundo interior. Miró a Raúl- que continuaba con la vista perdida en el mar- bebió un sorbo de su té y cambió de tema con naturalidad y resignación, haciendo que su joven interlocutor también volviera a conectarse con la realidad de ese momento.

Hoy, 36 años después, Raúl pudo darse cuenta que definitivamente esa carta- que él había conservado por años sin leerla acuciosamente- era la despedida solitaria de la joven Noelia. ¡No cabía duda! ¡Todo calzaba!

- ¿Por qué no firmó Noelia?- se preguntó Raúl-. Tengo la convicción, sin duda alguna, que es ella quien escribió esta carta, la chica de la cual me habó ese pescador... Quizás quiso mantener el anonimato, que nadie se enterara quién realmente hizo esta confesión; posiblemente fue pudor. A veces quienes perciben que van a morir, prefieren estar solos. Les parece un momento demasiado íntimo como para compartirlo… O, no firmó por un asunto pragmático: simplemente ya no había más espacio en su trozo de papel… O, sencillamente, lo omitió ¿Para qué firmar si desconocía quién sería la persona que encontraría y leería su mensaje?

Un escalofrío recorrió su cuerpo; entonces, mirando hacia el cielo Raúl susurró: hoy a más de 36 años de tu partida, Noelia, joven y frágil jovencita, te conozco, te reconozco y te recuerdo; espero que ese paso hacia la eternidad haya sido como le ocurre a las personas buenas como tú, transitando por el camino hacia la vida eterna donde todo es paz, tranquilidad y armonía. Así tu despedida solitaria, encontró una compañía amorosa; deseo que acojas en tu seno a esos pequeños que mueren a horas o días de nacidos. Ellos se van sin sus madres y tú, te fuiste sin hijos. Descansa con alegría, Noelia.

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