ANIMALITO... NO SUPE SU NOMBRE

Mi maestro de reiki, dice que "nada ocurre por casualidad".... que existe la "sincronía" en el universo, entre las personas. Y tiene razón, cada día puedo darme cuenta que es una verdad, por distintas situaciones no esperadas ni planeadas, que me ha correspondido vivir u observar.

La que narraré a continuación, es una de ellas.

Salí tarde de la oficina, pero seguía estando alta la temperatura en las calles; enero en Santiago es muy caluroso. Me dirigí a tomar el colectivo que me deja en la puerta de mi casa, pero no había autos y sí mucha gente esperando... decidí entonces, regresar en bus, aunque este viaje demoraría más que el colectivo, finalmente tenía más posibilidades de llegar a casa antes que si me quedaba esperando a los taxis.
Subo al bus uno de los nuevos del "Transantiago”... luego de pagar mi pasaje, miro para elegir dónde sentarme. Si bien el bus estaba con un 50% aproximadamente de asientos vacíos, sabía que en pocas cuadras estaría completamente lleno con muchas personas de pie, lo que dificulta acercarse a la puerta de bajada en cada paradero. Esta razón fue la que me impulsó a sentarme en la última fila hacia el lado contrario de la puerta. Eso me permitiría no tener muchas dificultades cuando llegase mi turno de bajar. En esa fila, hay asientos para seis personas, tres de ellos estaban ocupados por una joven pareja y su pequeña de unos 6 años que, ocupando el asiento al lado de la ventana, dormía apoyando su cabeza en la falda de la madre.
Uno o dos paraderos más adelante del que abordé este bus, subió un hombre cuyo aspecto me pareció... no es "poco grato" la expresión que quiero... si no más bien tuve la sensación de que debía tener cuidado, estar atenta a sus movimientos: ¿agresivo? ¿Tal vez un "lanza"?... no sé...Definitivamente era su aspecto externo que me decía: ¡atenta!
Se trataba de un adulto relativamente joven- menos de 40 años probablemente- de contextura robusta, estatura media, moreno de pelo liso; en su rostro había muestras de una intervención quirúrgica, algo así como labio leporino. Vestía bermudas, una polera con muchos dibujos estampados, no reparé en su calzado. Traía una mochila colgada al hombro. Su mirada me pareció la de una persona un poco confundida... para no decir la de un drogadicto, tal vez un tanto ebrio o algo así. Nada grato, la verdad.
Lo observé todo el tiempo.... para ver dónde se ubicaría. - ¡Ojalá no sea a mi lado! - me dije. Me ponía nerviosa su aspecto, seguía pensando que podría ser un lanza... un ladrón... agresivo. En fin... pensamientos negativos solo sustentados en prejuicios por su aspecto exterior.
¡Profecía auto-cumplida! Por supuesto ocurrió lo que yo no deseaba: se sentó exactamente a mi lado, ocupando el asiento contiguo a la ventana. Inmediatamente, comenzó su intento de entablar una conversación conmigo, partiendo desde el clásico: ¿me da permiso? (para pasar)... se sentó. Yo miraba para otro lado, fingiendo estar muy distraída y que no me producía nada especial su cercanía. No hay que demostrar temor... eso lo percibe "el otro" y facilita su actuación.
En seguida, abre su mochila y mientras busca al tacto algo en su interior, dice: - Señora, ¿le molesta si tomo cerveza? - Veo que tiene en su mano un envase de cerveza en tarro mientras me mira fijamente, expresando en su mirada la pregunta, el interés por mi respuesta y la espera para que yo respondiera. Tuve muchos pensamientos en una fracción de segundos... ¿qué debo responder?.... ¿cuál puede ser su reacción ante una respuesta negativa?... ¿que es mejor... de acuerdo a las circunstancias?... Pros y contras... debía tomar una rápida decisión.
Lo miré y muy seria, respondí:
- No se preocupe, no me molesta- mentí- beba su cerveza- señalando con mi actitud corporal que ponía punto final a la conversación. Pero, el hombre no comprendió que yo no deseaba continuar dialogando y rápidamente continuó la conversación... y yo a responder, primero con monosílabos.... o con alguna expresión como: mmmmm... ahh... y otras por el estilo, indicando el famoso punto final que nunca llegaba, cosa que transformaba el diálogo casi en un monólogo de este singular personaje. No es una de mis características conversar con personas desconocidas.
Pronto me vi envuelta en esta conversación no deseada y menos estimulada, al menos por mí. Pero no podía dejar sin responder sus intervenciones; además que en su forma de hablar y de dirigirse a mí, había una cierta actitud de respeto, humildad y hasta una innegable timidez o mejor dicho, una inocencia impropia de alguien de su edad. A veces me parecía casi un niño. Mi percepción inicial, fue paulatinamente cambiando. No es una "mala persona", pensé. Me di cuenta que este hombre no sabía de normas de "urbanidad y buenas costumbres" pero se esforzaba, pese a su condición, por comportarse de modo socialmente aceptable.
Abriendo su tarro de cerveza y luego de tomar un largo trago, dijo: le pedí permiso para que Ud. vea que estoy aprendiendo. Carlitos y su señora me lo enseñaron. Porque antes, yo me subía al bus, me sentaba, encendía mi cigarro y tomaba mi cerveza; entonces las personas se enojaban y hasta el chofer... yo no comprendía porqué. Ahora ya no fumo en el bus... pero como hace tanto calor, quise tomar mi cerveza; por eso le pedí permiso, Señora.
- Lo que pasa- respondí- es que no está bien fumar o beber cerveza en el bus. Ahora, como acá atrás nadie lo nota, a mí no me importa, pero trate de no hacerlo; así evitará malos ratos. No quise preguntarle aunque me habías gustado sabe la respuesta-quién es "Carlitos"- para no seguir dando pie a la conversación. Entonces él se puso contento porque yo le estaba respondiendo con algo más que monosílabos aislados, y comenzó a hablar entusiasmado y a contarme más de sus experiencias.
- Gracias Señora- Ud. dice lo mismo que Carlitos. El es mi jefe y vivo en su casa. - ¿qué le dice su jefe?- pregunté.
- Eso... que no debo fumar ni tomar cerveza en el bus y que debo ser respetuoso con las personas. Antes yo igual tomaba la cerveza- continuó- y cuando alguien se enojaba... yo le respondía... (En ese momento se detuvo, no quiso decir el improperio)... a ver... ¿cómo le digo para no faltarle el respeto....? Diré "huevo". Me dio mucha risa... pero solo sonreí. Me hizo gracia su forma ingeniosa y a la vez inocente de buscar una forma para que yo me enterase que decía garabatos, por lo demás muy usual en el lenguaje informal y popular.
El seguía hablando y en la medida que transcurría el tiempo, se entusiasmaba más contándome las cosas que Carlitos le enseñaba.
- Él me ha ayudado mucho. Me dio una pega en la feria; ahí soy ayudante; él me enseña a atender a los clientes, que debo tratarlos bien, no decir esa palabra "huevo" y ayudarles a las señoras con las bolsas-. Tomó un corto trago de su cerveza y continuó.
- A la señora de Carlitos le digo "mamá"; ella me enseña que debo comer con la boca cerrada y que debo usar el tenedor y la cuchara. Por eso yo le pedí permiso a Ud. para tomar la cerveza. Ella dice que los hombres debemos respetar a las mujeres.- Ellos me dicen que si me porto bien, surgiré. ¡Eso es lo que yo quiero! Carlitos me enseña cómo debo comportarme. También me enseña matemática. Con lo que me paga, él me ha comprado algunas cositas.... bueno, compro lo que me dice Carlitos. Ahora tengo hasta una cama., también una "tele"... Nunca antes dormí en una cama.... tengo bien ordenada y limpiecita mi pieza. Y me porto bien.
Carlitos y la mamá me dicen que yo soy como un hijo para ellos... aunque yo soy un poco mayor que Carlitos, igual lo quiero como si fuera mi papá. Ellos son muy buenos conmigo; son mi familia. No dije nada, pero lo miré un poco extrañada. Entonces agregó: Yo vivía bajo los puentes del Mapocho desde los 6 años... A esa edad me quedé solo, guacho. Definitivamente mi acompañante había logrado captar totalmente mi atención. Y ahora era yo la más interesada en este diálogo y en escuchar su narración. - ¿Vivía solo? ¿Quién lo cuidaba? ¿Fue a la escuela alguna vez?- pregunté sin poder contener mi vocación de madre y profesora.
- Así es Señora- respondió- nunca fui a la escuela y no tuve familia ¡Ni un perro que me cuidara! Yo vivía... yo era como un animalito...
- ¡No!, le interrumpí- ¡no vuelva a decir eso! Ud. es una persona y, como toda persona, puede aprender. Si Ud. lo desea de verdad y se esfuerza, puede aprender todo lo que desee, es cosa de tener disciplina y orden. Ud. puede estudiar- continué- no importa la edad que tenga, siempre podemos aprender cosas nuevas.
- ¿Cómo sabe eso, Señora?... ¿porque me lo dice?- preguntó sorprendido. - Es que soy profesora- respondí- y trabajo con personas adultas, que por diferentes razones, al igual que Ud. nunca fueron a la escuela o tuvieron que retirarse antes de terminar la educación básica o media. Y, continué, todos pueden estudiar, solo deben tener "las ganas de aprender".
- Y Ud. ¿cree que yo... podría, señora?- preguntó, añadiendo con cierto orgullo- Mire, sé leer un poco, aprendí solo. Leo los letreros, me sé los nombres de las calles, puedo leer algunos títulos de los diarios y la publicidad; pero la letra... ¿cómo se llama esa que se escribe con lápiz? .... ¡esa no entiendo ni jota! Ahí sí que no puedo leer na´. También aprendí a escribir mi nombre ¡hasta sé firmar!- concluyó. Y, como yo estaba hablando de lo mío, de lo que me gusta hacer profesionalmente- cambiando mi rol casi pasivo por uno súper activo en la conversación- le sugerí que se dirigiera a la Municipalidad, al Departamento de Educación. Ahí le entregarían información específica sobre una Escuela de Adultos cerca de su domicilio, donde podría asistir a clases por las noches y también podrían informarle sobre la Campaña de Alfabetización, dirigida a personas como él, que no tuvieron la oportunidad de asistir a la escuela, pero que quieren aprender.
Sin darme cuenta, una emoción distinta, comenzó a nacer en mi corazón ¡Cómo pude equivocarme tanto en mi percepción inicial! Éste es, sin duda, un buen hombre. No ha tenido oportunidades en la vida, no ha tenido una educación formal y le cuesta, le es más complejo, adaptarse; pero sus pensamientos, sus deseos son buenos, es honesto y quiere superarse.
Entonces, percibí sentimientos fuertes y encontrados. Por una parte, la culpa de haber prejuzgado liviana, torpe y erróneamente a una persona, sólo por su aspecto exterior; por otro, la satisfacción de sentir que aquellas palabras que pronuncié habían sido tan significativas para mi desconocido compañero de ruta. Me sentí bien, espero que Animalito - lo digo con cariño y respeto- ingrese al servicio educativo que ofrece el nivel de educación de adultos, pueda mejorar su calidad de vida.... sólo debe encontrar la oportunidad y ¡existe! Estoy segura que lo hará.
Al despedirnos, me da bendiciones para mí, mis hijos y mi marido... Desciendo del bus. Sonrío. Siento una satisfacción y una emoción intensa, un par de lágrimas ruedan por mis mejillas... ¿es el sol del atardecer?... o ¿es que una conversación "casual" como la mayoría la denominaría, podría cambiar el destino de una persona? De ahí que, una vez más, puedo decir: ¡la sincronía, funciona! Animalito, no supe su nombre ¡Que Dios lo bendiga!

Comentarios

  1. Rosita:Que bonita experiencia,cuantas veces nos equivocamos en jusgar a las personas ése hombre ,es un angelito y la enseñanza fue para ambos Muchos cariños Maggie

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  2. ¡Cuál será la cantidad de "animalitos" que circulan en torno nuestro! Y ¿qué cantidad de estos, empujados por nuestra incapacidad de superar los prejuicios que nos enseñaron, serán empujados a la animalidad total? Generalmente, preocupados de nuestros propios afanes, ni advertimos a esos seres marginados. Sencillamente no existen o de hacerlo, no es nuestro problema. Es de un otro abstracto, amorfo, inexiste y que, por lo mismo, tampoco se preocupa de él.

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